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martes, 23 de junio de 2009

MEMORIAS Y DESMEMORIAS Por: Carlos Pou Ruan


Originalmente publicado el 09 de octubre de 2008 / Semanario EL 82, del Ministerio del Poder Popular para la Vivienda y Hábitat / encartado en Vea y Panorama

MEMORIAS Y DESMEMORIAS
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Con la destrucción de iconos arquitectónicos y urbanos y con la consecuente desaparición de formas de simbolización social, es como se inician los procesos de conquista y dominación cultural. En el caso venezolano, y haciendo referencia a las complejas transformaciones políticas, económicas y sociales que vivimos como país en el siglo XX, donde transitamos por uno de los procesos más violentos de urbanización que han ocurrido en el continente, pasando -por aquello de la acumulación de la renta petrolera- de una sociedad eminentemente rural a ser, en mucho menos de un siglo, una sociedad eminentemente urbana, generaciones de venezolanos fueron testigos de como, sin mediar conflicto bélico alguno, importantes sectores de ciudad, con valiosas arquitecturas tradicionales, progresivamente fueron desapareciendo de nuestros paisajes urbanos.
No serían tan graves y onerosas estas pérdidas si no estuvieran acompañadas, simultáneamente, por la pérdida de los valores que han sido parte del patrimonio espiritual que hemos ido construyendo como sociedad. De manera que sin tanques ni cañones amenazantes, pero con la persuasión del mercado, la moda y el consumo que promueven los medios de comunicación social, fueron alterando severamente nuestra memoria urbana y arquitectónica. Nos hicieron creer que las autopistas, la ciudad fragmentada y discontinua, los edificios altísimos, los centros comerciales, eran parte del progreso. Nos hicieron creer que para alcanzar mejores ciudades y espacios arquitectónicos más eficientes debíamos renunciar a las formas con las cuales nos habíamos identificado por generaciones. Es decir, de la noche a la mañana el patio y el zaguán ya no servían, la placita del vecindario, la bodega de la esquina no eran adecuadas, porque todo eso pertenecía al pasado y la modernidad era otra cosa; algo más parecido a las tiendas Sears, el Distribuidor El Pulpo y el Country Club.
Sin embargo, esa modernidad de autopistas y centros comerciales tampoco vino sola a nuestras ciudades. Desde los años 50 en adelante los iconos de la modernidad petrolera vinieron acompañados del gran éxodo humano del campo a la ciudad. El precario equilibrio que existía en las economías agrícolas regionales, terminó por ser vencido por los espejismos de mejoramiento que ofrecían las ciudades. Éstas consecuentemente se coparon de cinturones de pobreza, sin las adecuadas previsiones para toda esa gente que venía de las zonas más desfavorecidas del país. Las ciudades, por primera vez en nuestra historia, se nos convirtieron en problemas con magnitudes desconocidas que todavía hoy establecen los más importantes desafíos por resolver en nuestra obligación, ecológica y democrática, por ocupar racional y equilibradamente nuestro territorio.
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En mi adolescencia yo conocí los valores de la ciudad tradicional en el marco de una percepción que podríamos llamar oficial. La Caracas de ayer -como la solían llamar los cronistas- era una herencia que se iba desmoronando, como un ser herido de muerte al que había que ir preparando funerales progresivos. Una imagen en blanco y marrón de la ceiba de San Francisco, con unos señores con sombreros de pajilla cruzando la calle frente al Palacio Federal Legislativo, está en mi memoria como un pasado al cual ya no había regreso.
Con el tiempo fui desarrollando una visión distinta de lo que significa nuestro pasado. He ido tratando de reconstruirlo sin nostalgia. Procuro convivir con ese lugar de la memoria todos los días, entendiendo que éste está presente en el lenguaje que uso, en los alimentos que como y en la música que escucho. Se trata de un pasado que se ubica en una dimensión activa y actuante, que presiona críticamente sobre mi contemporaneidad. De esta manera, cuando nos colocamos ante el hecho de repensar nuestros espacios urbanos y hacemos el oportuno balance, después de todo ese proceso de violenta transformación que sufrió nuestro país en el siglo XX, ese pasado me reclama una actitud vigilante por lo que somos hoy y por lo que estamos llamados a ser, libres de alienaciones y dueños genuinos del futuro que tenemos como país. Por eso procuro identificar cuáles aspectos del pasado deben ser necesariamente rescatados y cuáles de la modernidad más reciente constituyen ganancias irrenunciables.
Tengo la convicción de que la comprensión de nuestra contemporaneidad urbana, como una realidad umbilicalmente unida a nuestra historia, es un hecho que debemos promover como parte de esa búsqueda de equilibrio entre el pasado y el futuro de nuestras ciudades, conscientes de que estamos en una guerra sin cuartel, sometidos a los mayores bombardeos posibles por la propaganda que promueve el consumo irracional, la desnacionalización y el saqueo de nuestro valor cultural más preciado: Lo que somos.

Por: Carlos Pou Ruan
Arquitecto/ Profesor asociado FAU-UCV
carlospouruan@gmail.com

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